viernes, 8 de octubre de 2010

jueves, 7 de octubre de 2010

La generación Carbonero

Hace muy poco se acuñó el término generación perdida para tratar de describir un fenómeno desolador que se ha agudizado con la crisis finaciero-económica (o como coño quieran llamarla). Lo que no tiene nombre por mucho que se empeñen los expertos es esta cifra: 81 millones.

81 millones de jóvenes (de los 620 que hay en el mundo que tienen entre los 15 y los 24 años) que atraviesan una situación de desempleo. Si nos centramos sólo en España, la tasa de paro juvenil (y cualificado, no nos olvidemos) alcanza el 40 por ciento. Efectivamente, estamos ante una generación que ha malgastado su tiempo estudiando una carrera y que ha perdido la esperanza de encontrar trabajo, al menos en este país de charanga y pandereta, que diría aquel.

Cuando insisto en lo de cualificados es por algo. No puedo presumir de pertenecer a una de las últimas generaciones en las que todavía estudiar un módulo de formación profesional estaba peor visto que chutarte heroína en el descampado del barrio. Por tanto, todos los que sobrevivíamos al instituto, al botellón, a los porros y a las drogas de diseño, estábamos obligados a ingresar en una facultad. En estos casos, detrás de esta decisión que iba a marcar para siempre el rumbo de nuestras vidas, estaban los padres (“la presión de los padres”). Lo que ellos no sabían es que en la universidad íbamos a continuar con el botellón, los porros y las drogas de diseño.

En mi caso fue la facultad de Ciencias de la Información en la Universidad Complutense de Madrid, más conocida como la mole (de hormigón) y estilo mamolítico (no me lo invento, hay una placa en la entrada que lo pone) o la cárcel de mujeres (circula la leyenda urbana de que el plano de la facultad se sacó de un penal sólo para chicas en Estados Unidos). Casualidades de la vida, empecé la carrera a la misma hora y en el mismo lugar que Sara Carbonero. Entonces, ni siquiera era Sara y dudo mucho que ahora si le preguntáis ella se acuerde de mi cara. Pero dicho está, mi promoción tenía por fin una estela que seguir y no la interminable fila del INEM. Carbonero era nuestro faro guía, la esperanza de un mañana mejor cuando, además, teníamos el referente de Letizia Ortiz. Estaba claro: estudiar en nuestra facultad parecía que sí iba a servir de algo...

El recorrido de Sara Carbonero en los medios de comunicación ha sido meteórico y me alegro porque al menos ella no ha conseguido un contrato millonario con Telecinco por tocarle la chorra a un torero. La historia de Carbonero sí que puede decirse que sea una historia del pueblo, de gente trabajadora que se lo curra desde el primer día en una profesión ingrata también desde el primer día.

Érase una vez un día en la facultad cuando, de repente, aparecieron los de Radio Marca a la caza y captura de becarios (para los que no lo sepan, un becario es un profesional que por una jornada laboral de 40 horas semanales cobra no más de 300 euros). Sin dudarlo dos veces, la pequeña Sara Carbonero se fue con ellos y con otros dos colegas. A día de hoy, uno todavía curra como becario en Radio Marca y el otro se encuentra abandonando el país después de empapelar Madrid y los alrededores con su currículum y el título de periodista a cuestas.

¿Con Carbonero qué pasó? Pues que estaba ella pelándose los nudillos del frío mientras cubría un partido de fútbol cuando pasan los de La Sexta por delante y deciden secuestrarla. El resto ya es historia, incluido lo de Telecinco. ¿Qué quiero decir con esto? Por supuesto, nada malo contra Carbonero que me merece todo el respeto y, que además, me ha servido para bautizar a una generación que no come por culpa de Terelu y de todos los espectadores que se atreven a llamarla periodista. Es como decir que Jack el Destripador era un buen cirujano. Lo mismito.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Atasco de series

El estrés se palpa en el ambiente cada vez que pregunto ¿qué serie estás viendo? Por norma, mi interlocutor se pone nervioso, como un chiquillo al que le pillan con los deberes sin hacer. Sudores fríos invaden su frente cuando trata de enumerar todos los títulos de la temporada.

Al margen de los capítulos piloto, que busco como un sabueso, confieso que prefiero seguir las temporadas cuando ya hay colgados tres o cuatro episodios. Hace tiempo que renuncié a marearme cuando miraba el calendario de series o, incluso, a perder horas de sueño por ponerme al día. Todo eso es historia, quizá porque Internet me ha vuelto un señorito.

Que sí, que hay mucho que ver, pero también hay que saber separar el grano de la paja (que tiempos los adolescentes cuando me descojonaba al oír esta frase). Los seriéfilos, sobre todo, están obligados a tirar de toda la capacidad organizativa disponible. En mi caso, el mapa de series se configura así:

VIENDO: Modern Family (season 2), Community (season 2) How I meet your mother (season 6) Weeds (season 6)

EMPEZANDO: Fringe (season 1 episode 4)

ABANDONANDO: Lie to me (season 2 episode 3) y Caprica (season 1 episode 9)

ESPERANDO: Misfits (season 2)

PENSÁNDOMELO: Los Soprano y Mad men

NEGÁNDOME: Glee

RECOMENDANDO: The IT Crowd

IMPRESCINDIBLES EN EL DÍA A DÍA: The Simpson y Futurama  

martes, 5 de octubre de 2010

La paloma mensajera del siglo XXI


Una revolución está teniendo lugar en el seno de los medios de comunicación. Las empresas dedicadas a la información y al entretenimiento, si no se han dado cuenta ya, tienen los días contados en un mundo caracterizado por la conectividad y la instantaneidad. En esta lucha darwinista por la supervivencia están las televisiones y las productoras asumiendo el poder que los consumidores han cobrado con las descargas y la configuración de su propia demanda. Están adaptándose al escenario que la música y el cine llevan años pisando. Pero hoy no vengo a hablar de los agujeros en las taquillas o de los desajustes en la facturación publicitaria de las grandes cadenas, que manejan cuatro dicho sea de paso.

Quiero centrarme y, si es posible, no enrollarme demasiado en algo que también usaban cuatro gatos pero que hoy ya es una red social extendida (o socializada valga la redundancia). Es más, me atrevería a decir que el potencial de Twitter aún no se ha calculado con exactitud. De momento, el pajarito azul sólo ha dado un par de avisos.

En la historia reciente de las 2.0, despedíamos el siglo XX con la explosión de los blogs. Si en la facultad no me engañaron, el big bang de la blogosfera llegó con el escándalo sexual que involucró a Bill Clinton cuando habitaba la Casa Blanca. No es directamente gracias a la mamada que Mónica Lewinsky le hizo en el despacho oval, pero sí a la publicación de esta noticia (confirmada por la propia becaria que había conservado el semen de Clinton como prueba) en un blog.

Hasta esa fecha, los blogs eran ninguneados como cuadernos de bitácora sin ningún tipo de valor periodístico, que escribían cuatro colgados que deambulaban por Internet. De la noche a la mañana, se habían convertido en un medio de comunicación con todas las de la ley y con todo lo que esto suponía. Es decir, hasta entonces sólo los magnates (alias ciudadanos Kane) podían permitirse una empresa deficitaria tal y como son los periódicos. Esos medios que se mantienen a pesar de las pérdidas para tratar de moldear la opinión pública a su antojo.

En el ciberespacio, montar una publicación diaria con rigor, objetividad y exactitud es prácticamente gratuito. La razón principal es que esquiva uno de los mayores problemas en el proceso de producción de un periódico: la impresión y la compra de papel. Ni hablar del grado de especialización y profundidad (mediante hipervínculos) de las informaciones que se ofrecían desde la blogosfera y las posibilidades de establecer un auténtico feedback con los lectores. Se decía adiós al espacio encerrado por la página impresa.

El primer paso ya estaba dado. Todos podíamos tener un panfleto en el que volcar información y opinión (unas veces diferenciadas y otras no), por incendiarias que fuesen. El siguiente paso era conectarnos a todos en red. Es decir, reunirnos en una especie de sala de chat planetaria con las puertas abiertas de par en par. Me viene al pelo y a la cabeza una sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos cuando otro de sus presidentes, George W. Bush, trató en vano de meter mano en Internet alegando motivos de seguridad nacional. Un juez le cogió del pescuezo y le dijo a dónde vas calamar que “Internet es una conversación planetaria” y precisamente por eso debe estar libre de injerencias gubernamentales.

Volviendo al caso de la paloma mensajera 2.0, hay que resaltar un hecho sin precedentes en el periodismo. La información en tiempo real. Hasta el momento, este concepto se entendía como directo en televisión o en radio. El vehículo para la recepción de información en radio era y es mucho más inmediato y barato que en la televisión (no así la emisión, que les asemeja mucho más), dónde el despliegue para una conexión en directo exige un gran esfuerzo técnico y humano. Pero, en cualquier caso, se supone necesaria la presencia de un periodista enviado a la zona con el objetivo de informar.

¿Qué ocurre con Twitter? Que ya no es necesario asumir los costes de enviar a un reportero a cubrir una información. Una noticia ahora sólo necesita a alguien que haya sido testigo y que ese alguien pueda conectarse a Internet. La ventaja de disponer de una cuenta en Twitter es que puedes hacer pública cualquier información de manera absoluta y revolucionariamente rápida. Aunque sea una información casi telegráfica, con 140 caracteres que se pueden reforzar con una imagen o un video, pero que desencadena el efecto bola de nieve.

Además de eliminarse de facto cualquier tipo de censura, se salta la tradición periodística de contrastar las fuentes antes de publicar una noticia (New York Times exige que sea corroborada por parte de al menos tres fuentes independientes). Quizá este sea el mayor peligro que amenace la veracidad de una información publicada en Twitter pero hay casos en los que dar a conocer una serie de datos se convierten en un imperativo periodístico. Y para eso, precisamente, está Twitter y eso, precisamente, es lo que permite a esta paloma caminar dos pasos por delante de los grandes gigantes que hasta ahora custodiaban el monopolio de la información.

Uno de esos casos está fechado en junio de 2009 y se centra en las elecciones presidenciales celebradas en Irán. Durante todo un fin de semana, los medios de comunicación occidentales y tradicionales informaron de unos comicios dentro de la normalidad. En ellos, Mahmud Ahmadineyad había conseguido ser reelegido con mayoría absoluta y las imágenes de los telediarios nos trasladaban a una plaza en la que el presidente saludaba a los iraníes que celebraban con él la victoria electoral.

Todo parecía un cuadro de lo más bonito pero en Internet se estaban dando pinceladas en sentido contrario. En Twitter comenzaron a colgarse testimonios y todo tipo de documentos gráficos que denunciaban un fraude electoral. Casualmente, las autoridades del país habían interrumpido las comunicaciones con el exterior con lo que se reducían las posibilidades de denunciar ante el mundo la brutal represión que la población civil estaba sufriendo. Pero la paloma mensajera del siglo XXI armada con un móvil y un satélite fue capaz de cumplir su misión. De este manera, el lunes, cuando ya se había movilizado a la opinión pública internacional, los grandes medios de comunicación empezaron a escuchar, por fin, las campanas que se tañían desde Irán.

Otro caso, mucho más reciente, nos traslada a las elecciones que el 3 de octubre se celebraron en el Partido Socialista de Madrid. Al margen del duelo electoral, lo interesante es que varios tuiteros (a los que supongo presentes en las mesas electorales) fueron ofreciendo en tiempo real los resultados del recuento en las distintas agrupaciones. Así, mientras Twitter se apuntaba otro tanto ofreciendo los datos de las primarias antes que nadie y con exactitud, las televisiones y demás medios de información seguían esperando resignados hasta que se contara la última papeleta para poder decir algo.

lunes, 4 de octubre de 2010

Domingo express



Digan lo que digan (tampoco se muy bien lo que se dice al respecto) el domingo es para pillar un buen sitio en el sofá y no moverse de ahí en todo el día nada más que para visitar el cuarto de baño (por la cosa de ir drenando el alcohol que todavía dura en el cuerpo). Casualidades de la vida, delante del sofá está la televisión, que ayer, casualidades también (esta vez televisivas) no se movió de Cuatro.

La cadena de PRISA había preparado un domingo más cargado que el café que me he tenido que tomar hoy para poder empezar un nuevo lunes en la selva. Menos mal que tuve el domingo modo jungla de Cuatro para hacerme a la idea de lo que se me venía encima después de ese primer café.

Un desfile de animales salvajes y callejeros para darle la bienvenida a ¿Tarzán? No, a Frank Cuesta, que anoche debutó en el salón de casa dejándonos a todos ojipláticos. Algunos se empeñan en compararle con el encantador de perros aunque en su programa lo más dócil que sale es un caimán siamés. Está mucho más cerca del último superviviente aunque las locuras de Frank hacen que el británico Bear Grylls parezca un boy scout vendiendo galletitas.

Además, en Frank de la jungla se respira el realismo (no como en el programa del superviviente que va rodeado de un equipo de producción con catering incluido). Para ilustrar lo que digo, serviría la cara de sufrimiento del cámara que acompaña a Frank allá dónde va y sin poder rechistar, ya estén con el agua hasta el cuello en una ciénaga o en mitad de la selva a las dos de la mañana persiguiendo alimañas.

Pero, si las aventuras en la jungla no nos habían dejado las pulsaciones suficientemente revolucionadas, acto seguido llegaba otra carrera del único reality en el que no me importaría participar. Los seguidores del racing humano Pekín expres tuvieron que trasnochar por culpa de Frank pero por los datos de audiencia parece que mereció la pena: su debut consiguió un 10 por ciento, Pekín Expres con un 9,7 pudo sumar dos puntos al dato de la semana pasada y Cuarto Milenio, al margen de misterios como la dentadura de Carmen Porter y a pesar de que anoche le tuviera que ver los pies a su marido, cerró la noche con un 11,3. En cualquier caso, el domingo fue de Cuatro y del sofá.   

sábado, 2 de octubre de 2010

Zapping político-social

Una periodista le planta cara a Chávez...



Un ministro que se descojona...



Y Berto el 29S cara a cara con los llamados antisistema.

viernes, 1 de octubre de 2010

Mi primera videoconsola

No nos hacemos mayores, simplemente hacemos historia. Aquí os dejo una videocanción  que lo demuestra.